Vega Pérez Wohlfeil, Málaga, 2003


Filosofías


Eloísa estaba deprimida. A nadie le gusta nunca estar deprimido; y a Eloísa, tampoco. Por eso, cuando el profesor le preguntó qué le pasaba, se mostró tan brusca. Pero a casi nadie le gusta tampoco que un profesor malhumorado de matemáticas le pregunte con gesto aburrido qué por qué está tan enfurruñado.
- Y menos, si ese profesor te acaba de suspender -terminó de explicar Eloísa a sus amigos en el recreo, cuando estos le preguntaron el motivo de su brusquedad.
- Pues sí que estás de mala leche tú hoy, ¿eh? -le dijo Verónica, su mejor amiga- ¿Por qué estás así?
- No sé -respondió Eloísa- . ¿Importa? -terminó, irritada.
- Vale, vale. Creo que sé cómo ayudarte -siguió Verónica- . Tengo un amigo que es adivino, echa las cartas y todo eso. Estoy segura de que te serviría de algo, y si no, por lo menos te entretienes un rato y puede que se te pase el mal humor.
- Bof -fue la respuesta de Eloísa.
- Veeenga. Te espero en el parque, después de comer.
El gruñido de Eloísa quedó ahogado por el sonido de la campana que indicaba el fin del recreo. Las siguientes horas aumentaron aún más el descontento de Eloísa, que por naturaleza odiaba las Ciencias Naturales. Cuando acabaron las clases, se fue a su casa a comer y después se arrastró de mala gana hasta el parque.
- ¡Hola! -la saludó Verónica, que ya la estaba esperando.
- Hola -murmuró Eloísa- . ¿Has tenido que esperar mucho?
- Ná. Venga, vamos.
Verónica la condujo hasta el centro de la ciudad, a un callejón llamado Rincón de Nada. Allí, llamó a una puerta semiescondida por un cartel electoral medio tapado por un letrero, que decía "Atención: paréntesis. No molestar".
- Dice "no molestar" -hizo notar Eloísa, con los pelos de punta- . Vámonos de aquí.
- Tranqui -dijo Verónica. Como nadie contestaba, abrió la puerta. Detrás se encontraron otra puerta, con un cartel en letras amarillo fosforescente, que rezaba: "No pasar salvo que se quiera algo".
- Como queremos algo, podemos pasar -razonó Verónica.
- Yo no estoy tan segura de querer algo -a Eloísa le castañeaban ligeramente los dientes.
Verónica la empujó a través de la puerta, y se encontraron otra puerta más, con un letrero en letras naranja fosforescente, donde ponía: "Do not disturb!!".
- Llama tú -dijo Verónica.
- Ni loca.
- Vaaamos -y Verónica empujó a Eloísa hasta la puerta. Eloísa le dio sin querer un golpe con el codo. El letrero cayó al suelo con un golpe seco y dejó al descubierto la inscripción que había detrás de él, y que parecía estar hecha con sangre: "¡¡¡No traspasar esta puerta!!!".
- ¡Aaah! -gritó Eloísa- ¡Vámonos de aquí!
- ¡Cálmate! -dijo Verónica- Es salsa de tomate. Y todo esto lo ha puesto mi amigo sólo para que no le molesten con tonterías. Quién no tiene razones serias, pues sale corriendo antes de llegar.
- Tienes unas amistades muy selectas -se quejó Eloísa- . Me pregunto cómo es que aun no conozco a ese tipo, con lo sociable y simpático que parece ser...
- Bueno, no puede decirse que sea el alma de las fiestas -Verónica se encogió de hombros y llamó a la puerta. Al cabo de unos segundos, se oyó un gemido que le puso de nuevo los pelos de punta a Eloísa.
- ¿Quieeeeeen mee llaaaaaaamaaaaa? -dijo una voz que sonaba a la de los muertos en las películas- ¿Quién vieeeeene a molestaaaaarme en mi repoooso eteeeerno?
- ¡Soy Verónica, con mi amiga Eloísa!
- Ah -ahora la voz era normal- . Espera, ahora te abro.
- ¡¿Se puede saber desde cuando perteneces a la secta de Frankenstein?! -le murmuró Eloísa a Verónica, furiosa.
- Esto no es ninguna secta, Eloísa -contestó ella- . Es sólo un amigo mío que toma precauciones contra la Inquisición.
- ¡¡¡Ya no existe la Inquisición!!! -dijo Eloísa, cada vez más mosqueada.
- Puede que no, pero él es así.
La puerta se abrió y Verónica tuvo que agarrar a Eloísa con todas sus fuerzas para evitar que saliera corriendo en dirección opuesta. Entraron. Era una habitación oscura, iluminada por la luz de velas que ardían en el interior de una especie de peceras sin agua. Estaba todo lleno de cachivaches extraños, libros alineados en estanterías de madera grandes y pesadas, y cajas de pizza tiradas por el suelo. Esto último tranquilizó un poco a Eloísa, y hasta le hizo gracia.
- Hola -dijo el tipo en cuestión, que estaba vestido de una forma muy rara- . ¿Qué es lo que pasa?
- Pues nada, que Eloísa estaba algo deprimida y no sabía por qué. ¡Ah! Eloísa, este es Aarón. Aarón, esta es mi amiga Eloísa. ¿Tú podrías ayudarle a saber qué le pasa?
- ¡Claro! -dijo Aarón, estrechándole la mano a Eloísa- A ver, voy a echarte las cartas del tarot. Dime un número.
Cuando las cartas estuvieron echadas, Aarón empezó a estudiarlas con mucha atención. A Eloísa todo aquello le parecía ridículo. Ella no creía en el tarot ni en los muertos ni en cosas parecidas.
- Oye -le susurró a Verónica- , ¿en serio crees que estas cosas funcionan?
- Hombre -respondió Verónica, también en un susurro- , no creo que te puedan leer el futuro, ni nada así; pero nunca se sabe, a lo mejor hay algo de verdad en toda la montaña de supersticiones que se forman en torno a estas cosas.
Aarón levantó la cabeza.
- ¿Tan malas son tus notas? -dijo, en dirección a Eloísa.
- ¡Oiga, y a usted que le importa mi vida! -chilló la aludida.
- Creo que en parte estás deprimida por tu suspenso en matématicas.
- ¿Tú le has contado algo de eso? -le murmuró Eloísa a Verónica.
- Ni una palabra.
Mientras Eloísa, clavada en el suelo, trataba de entender cómo unos cartones con dibujitos en colores podían revelar que ella había suspendido las matemáticas y que además esto la afectaba más incluso de lo que ella misma creía, Aarón volvió a mirar las cartas.
- Pero eso no es todo -anunció- . También estás deprimida por el hecho de ser una vampiresa.
- ¡¡¡¿¿ME TOMA EL PELO??!!! -gritó Eloísa - ¡¡¡Qué voy a ser yo una vampiresa!!!
- A lo mejor no lo sabes. Además, las vampiresas siempre se deprimen y se ponen de mal humor cuando tienen la menstruación. -dijo Aarón, muy serio.
- ¡Pero yo no puedo ser una vampiresa, hombre! ¡No chupo sangre! ¡Es más, me mareo con ella! ¡Me reflejo en los espejos! ¡Como ajos, si es necesario! ¡No tengo los colmillos grandes! -dijo Eloísa, incrédula.
- En primer lugar, los vampiros de hoy en día ya no chupan sangre. Comen cualquier cosa, viven de día, se reflejan en los espejos, no tienen los colmillos especialmente grandes y no duermen en ataúdes -dijo Aarón, de una sentada- . Pero pueden hacer todas estas cosas, si les hiciera falta.
- Ya. -respondió Eloísa- Y espera usted que lo trague, ¿no? Ande ya.
- ¿Necesitas una prueba? -suspiró Aarón- Mira. Este espejo es un espejo en el que sólo se reflejan los que no son vampiros. Está hecho como los espejos de antes. ¿Has probado alguna vez a reflejarte en un espejo que lleve en el mismo sitio cuatrocientos años, Eloísa?
- N...no -dijo Eloísa, nerviosa.
- Pues te aconsejo que no lo hagas cuando haya alguien delante, porque no te reflejarías. Observa -Aarón se miró en el espejo. Se reflejaba. Se lo tendió a Verónica. Ella también se reflejaba. Después se lo dio a Eloísa.
- Prueba -dijo.
- No quiero.
- Venga.
Eloísa se miró en el espejo, pero no vio más que la estantería que tenía detrás. Justo a la altura de su cara resultó estar un libro titulado "Vampiros ayer y hoy".
Tragó saliva y le devolvió el espejo a Aarón. Después se dejó caer de culo al suelo. Verónica le cogió la mano y la volvió a levantar.
- Tranquila -dijo- . Mira, en realidad es más una ventaja que un inconveniente: ya no tienes que coger el avión.
- ¿¡Y qué tiene eso de ventaja!? -chilló Eloísa.
- Bueno, pues coges el avión y ya está.
Eloísa suspiró.
- ¿Y usted no puede hacer nada para que no sea una vampiresa? -le dijo a Aarón.
Este sacudió la cabeza.
- A mi entender puedes hacer tres cosas: la primera es aprender un poco y sacarle partido a la cosa.
- ¡Eso nunca! -dijo Eloísa.
- La segunda es seguir viviendo exactamente como antes, y hacer como si no hubiera pasado nada.
- Que es lo más probable que haga -murmuró Eloísa- . Pero, ¿cómo voy a hacer eso?
- No te preocupes -dijo Verónica- . ¿Y cuál es la tercera?
- La tercera -siguió Aarón- , la tercera es buscar a Tuxperrleowol.
- ¿Tuxperrleowol? -exclamaron Verónica y Eloísa.
- Sí, Tuxperrleowol -repitió Aarón- . Tuxperrleowol, un ser casi desconocido. Es alguien que habita en un lugar desconocido por prácticamente todo el mundo, y que según dicen tiene una extraña forma de pensar desarrollada por él mismo. Nadie sabe qué forma tiene.
- ¡Ja! -se burló Eloísa- ¿Una especie de Yeti-Buda? ¿Por quienes nos ha tomado? Los yetis no existen, y menos piensan y desarrollan filosofías.
- Sí, eso pensamos nosotros -Aarón se encogió de hombros- . Los seres humanos pensamos que somos la única especie inteligente que existe. Somos muy egocéntricos, Eloísa.
- Muy bien -dijo Eloísa- pero explíqueselo a mis padres: "Eloísa, ¿a dónde vas?", "¡A buscar al Yeti-Buda, papi!". ¡Je! ¡Me llevarían al psicólogo!
- No hace falta que se lo digas. Además, no he dicho que sea un yeti.
Eloísa suspiró.
- ¿Y dónde se supone que está el tipo ese? -inquirió Verónica.
- No lo sé.
- ¿Pero, más o menos?
- ¡Oh! Si queréis, podemos preguntarle a la bola mágica.
- ¿No sería mejor buscar por internet? -dijo Verónica- Si alguien ha oído hablar alguna vez de alguien así, lo escribiría en algún sitio, ¿no?
- No creo -dijo Aarón- . Después de todo, Tuxperrleowol no es nadie que haya existido durante siglos. Vive lo normal, así que sólo ha existido esta generación. Y debe de estar en un sitio lo suficientemente extraño como para que a nadie le parezca raro.
- ¿Existe un sitio así? -preguntó Eloísa- A mí me parecería más lógico que viviera en una montaña apartada del mundo. Y otra cosa. ¿Para qué queremos encontrar al Tuxperrleowol ese?
- Para que te ayude -contestó Aarón- . Estoy seguro de que te ayudará a superar depresiones. Mira, Eloísa. Te he dicho que eres una vampiresa, o sea que como cojas ahora algo raro que tenga qque ver con eso, la culpa será mía. Así que te aviso de que Tuxperrleowol podría ayudarte.
- Ah. Conque "podría".
- Bueno, no es al cien por cien seguro, pero...
- Podríamos intentarlo, Eloísa -dijo Verónica- . Será divertido.
- Mmm.
Aarón había sacado un papelito azul, que echó dentro de una de las peceras con velas. El papelito se quemó, y la pecera se llenó de niebla.
- Muéstranos el lugar en el que habita Tuxperrleowol -dijo Aarón, con la voz de muerto.
En medio de la niebla de la pecera apareció un bloque de pisos.
- ¡Eh! -exclamó Verónica- ¡Yo sé dónde están esos bloques! ¡Al este de la ciudad!
Aunque Eloísa se había quedado de piedra por lo que pasaba con la pecera, dijo:
- ¿Como? ¿Un yeti filósofo en esos bloques? Eso no puede ser. Sería todo un escándalo...
- A lo mejor no sale mucho a la calle -aventuró Verónica.
- Bueno -dijo Eloísa- . Si sabemos que está allí lo encontraremos pronto, ¿no?
- No sé -dudó Verónica- . Hay por allí como quinientos bloques, todos iguales.
- ¡Rayos! -dijo Eloísa- ¿No puede enseñarnos ese cacharro el número del bloque y del piso?
- Lo siento, pero no -Aarón negó con la cabeza.
- Bueno, pues muchas gracias, Aarón. Tenemos que irnos ya o se nos hará muy tarde -se despidió Verónica- . ¡Hasta otra!
- ¡Adiós! -murmuró Eloísa.
- ¡Adiós! ¡Hasta otro día! -dijo Aarón.
Salieron. Atravesaron todas la puertas y se encontraron de nuevo en la calle. Era casi de noche. Eloísa gruñó.
- ¿Qué te pasa? -preguntó Verónica.
- ¡Yo, una vampiresa! -suspiró Eloísa- ¡Será posible!
- Me temo que sí -dijo Verónica- . Sabes, vamos a encontrar a ese tal Tuxperrleowol. Y creo que ya sé cómo.
- Más ideas tuyas no, por favor...
- Tranqui -Verónica sacudió la cabeza- , no se trata de ir a visitar a otro vidente.
- ¿¡Es que conoces más!?
- Ejem -tosió Verónica, incómoda- , bueno, yo había pensado en otro amigo que tengo que...
- ¡¡Nunca!!
- Cálmate. Es un detective, uno que se vino de Estados Unidos hace ya bastante tiempo; creo que nos puede ayudar.
- Ya. Acabará descubriendo que mi madre es una sirena que se operó, y luego se casó con mi padre que en realidad es Frankenstein y que lleva una máscara...
- ¡No, hombre, no! Se llama Cherl O. K. Jolmes. Es un tipo muy simpático, y no tiene nada de raro. Ya verás.
Se despidieron y quedaron para verse al día siguiente, sábado, otra vez en el parque. Cuando Eloísa llegó, Verónica ya estaba allí con un tío bajito, enfundado en una gabardina demasiado grande para él.
- ¡Hola! -saludó Eloísa.
- ¡Hola! -devolvió Verónica el saludo, y el hombre hizo un guiño- Eloísa, te presento a Cherl Oskar Karsten Jolmes. Cherl, esta es mi amiga Eloísa.
Cherl le estrechó a Eloísa la mano.
- Me han dicho que estáis buscando a una clase de yeti llamado Puxcerrocol -dijo.
- Tuxperrleowol -lo corrigió Eloísa.
- Y decís que vive en la urbanización Mirasoles.
- Sí.
- Pues si quereis revisarlos todos teneis para rato.
- Eso es justo lo que queremos evitar.
- ¡Bien! -dijo Cherl, sacando una lupa- Habeis acudido al hombre adecuado. Pero primero tenemos que llegar hasta allí.
Para eso cogieron el autobús. Una vez allí, se dirigieron hacia el único supermercado que había. Cherl, que resultó ser todo un ligón, hizo amistad rápidamente con una de las cajeras, que le reveló que había un cliente muy raro, bajito, que siempre iba envuelto en un abrigo gigante, con un sombrero enorme y gafas de sol, y que siempre llevaba guantes. Se llamaba Tuxperrleowol y vivía en el bloque 324, piso 9, quinta puerta a la derecha.
Cuando llegaron, jadeando y rabiando contra el ascensor estropeado, llamaron a la puerta. Se oyó un gran jaleo en el interior, y al cabo de unos minutos, el hombre que había descrito la cajera abrió la puerta.
- ¿¿Qué desean?? -dijo todo un coro de voces que salía del abrigo. En seguida se escucharon las voces susurrando en un volumen que equívocamente creían suficientemente bajo como para que nadie les oyera: "¡cállate!", "¡no, cállate tú!", "¡Cerrad todos el pico!" y "Me estás pisando". El "hombre" se tambaleó y momentos después cayó al suelo. Del abrigo salieron una perrita, un león muy pequeño, una loba en miniatura y un zorro enano.
- ¡Vaya! -exclamó Cherl.
- ¡Hjmm! -la perrita se levantó y agarró la puerta- ¿Qué desean?
- ¿Quién de ustedes es Tuxperrleowol? -preguntó Verónica.
- ¡Todos! Verán, cuando salimos a la calle nos disfrazamos de persona y nos hacemos llamar Tuxperrleowol, porque él -señaló al zorro- se llama Tux, él -el león- es Leovigildo, ella -la loba- es la Señorita Wolf y yo soy Perra Pequeña -dijo la perrita.
- Les estábamos buscando.
- ¿A cuál?
- A todos.
- ¿Por qué?
- Pues, la verdad... -Eloísa pensó en cómo explicárselo.
- ¡Bueno, bueno! -dijo el león- Estábamos tomando el té. ¿Quieren venir y nos lo cuentan todo?
- Vale, de acuerdo -aceptó Verónica.
- A propósito -dijo Verónica- Yo soy Verónica, esta es Eloísa y este es Cherl.
- Encantada -dijo Perra Pequeña.
- Encantado -repitió Leovigildo.
- Muscho guzzto -dijo Tux, medio dormido.
- Grnfxkl -gruñó la Señorita Wolf.
- ¡Jejeje! -rió forzadamente Perra Pequeña- ¡Ha dicho buenos días!
- He dicho adiós y que os zurzangrgskjd -siguió gruñendo la Señorita Wolf.
Se sentaron a la mesa, y Eloísa y Verónica intentaron explicar que les buscaban porque les habían dicho que Tuxperrleoeol había desarrollado una especie de filosofía antidepresiones.
- ¿Eh? -torció el morro la Señorita Wolf.
- ¿Filosofía? -preguntó Perra Pequeña- ¿Y eso qué se supone que es?
- Ehh... En realidad, cuando decimos "filosofía" nos referimos a una forma de ver la vida -aclaró Eloísa.
- Ah -dijo Leovigildo, aunque no parecía entender mucho- . Pues que yo sepa, no tenemos nada así.
- Vaya -suspiró Eloísa- , qué decepción.
- Bueno, si queréis os podemos contar cómo vemos la vida y vosotros sacais algo de eso -sugirió Perra Pequeña.
- Creo que yo aquí empiezo a sobrar -dijo Cherl- , así que me voy a ir. Hasta luego.
- ¡Hasta luego, Cherl! ¡Gracias!
Cherl se fue. Entonces, como ya habían acabado de tomar el té, cada uno se fue por su lado (sin recoger lo que había en la mesa, en la que ya se amontonaban los restos de meriendas, almuerzos, desayunos y cenas anteriores, observó Eloísa): la Señorita Wolf comenzó a roer la funda del sofá; Leovigildo hizo el pino en lo alto del respaldo del sofá, y así se quedó; Tux se tendió encima del alféizar de la ventana, con la cabeza colgando por fuera; y Perra Pequeña empezó a darle abrazos a todo lo que encontraba, incluso al paragüero.
- ¿Por qué haces eso? -le preguntó Verónica a Perra Pequeña.
- ¡Porque quiero mucho a todo el mundo! -dijo Perra Pequeña- ¡Dame y abrazo, querida Verónica! ¡Tú también, Eloísa, cariño!
Mientras Verónica seguía hablando con Perra Pequeña, Eloísa pensó que ese sistema tal vez era bueno contra depresiones, pero imposible de poner en práctica: ¿cómo iba a darle un abrazo al malhumorado del profesor de matemáticas? Así que se dirigió hacia el sofá.
- ¿Qué estás haciendo? -preguntó a Leovigildo.
- Intento meditar -respondió este- . La mejor forma de meditar es hacer el pino encima del respaldo de un sofá y mientras tanto pensar en donuts. Funciona perfectamente; el único problema es que, con esta royendo la funda del sofá -miró a la Señorita Wolf- no hay quien se concentre en los donuts. Sólo te salen donetes. Y ahora, por favor, déjame intentar seguir pensando en mis donuts.
- Vaya -dijo Eloísa, poniendo cara de extrañada- , nunca lo hubiera pensado. ¿Y tú, por qué roes la funda? -añadió, en dirección a la Señorita Wolf.
- Grrrr -gruñó la aludida- . Para fastidiar, para que este no piense en donuts -hizo una malvada mueca de satisfacción - . Me encanta fastidiar, je, je, je. Y es una suerte, porque algunos idiotas dicen que los lobos somos un fastidio -de repente pegó un rugido- . Pero espérate, que en seguida estoy contigo. ¿Dónde te molestan más los mordiscos?
- En ninguna parte, gracias -contestó Eloísa, sorprendida. No le parecía que la forma de comportarse de la Señorita Wolf fuese la más correcta, y tampoco sabía hacer el pino, ni le gustaban los donuts. Así que sólo quedaba Tux, que seguía tumbado en el alféizar de la ventana dejanto colgar la cabeza. Se acercó a él.
- Tux -lo llamó.
Pero Tux estaba sumido en sus pensamientos.
- ...Y aquí cuelgo... -decía, y de vez en cuando soltaba un ronquido- ... y miro cómo el mundo corre debajo de mi nariz... y corre, y corre... siempre en la misma dirección... y corre... y aquí cuelgo, mientras el mundo corre debajo de mi nariz... y por allí corre Cherl, detrás de la panadería... y cuelgo... y cada segundo me voy haciendo más mayor... y más mayor... y pronto seré abuelo... y aquí cuelgo, y todo el mundo corre debajo de mi nariz... Zzzzzzz...
De pronto, Perra Pequeña saltó sobre Tux, despertándolo.
- ¡Cómo vas a llegar a ser abuelo si no tienes hijos! ¡Venga! ¿Quieres tener hijitos conmigo? ¡Yo te quiero mucho! -gritaba.
- ¡Ay! ¡Ay! ¡Suéltame! -decía Tux.
Como parecía que aquello iba a convertirse en un campo de batalla, porque la Señorita Wolf ya se acercaba con los dientes preparados, Eloísa y Verónica se despidieron y se fueron. Una vez en la calle, Eloísa le dijo a Verónica:
- Bueno, parece que no tienen precisamente las mejores formas de enfocarlo todo para poner en práctica, pero son muy simpáticos. Me lo he pasado muy bien. Y, ¿sabes? Ya no estoy deprimida. Que soy una vampiresa, ¿y qué? No me molesta.
Verónica sonrió.
- ¿Ves como no ha sido todo tan malo?
Mientras tanto, en el bloque 324, piso 9, quinta puerta a la derecha, Tux, que se había quitado de encima a Perra Pequeña y otra vez colgaba de la ventana, siguió hablando para sí mismo:
- ... Y cuelgo... y veo cómo el mundo corre debajo de mi nariz... siempre en la misma dirección... y allá corren Eloísa y Verónica, junto con la tienda de bolígrafos usados... y todos corren... y yo cuelgo aquí... y cuelgo... Zzzzz...


Fin