Vega Pérez Wohlfeil, Málaga
Solitario
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Era una calurosa tarde de verano en el pueblecito montañés de Néstar. Ignacio estaba de vacaciones y, como siempre que se aburría (cosa no demasiado infrecuente en Néstar durante el verano, porque nunca pasaba nada), jugaba al solitario.
Serían como las cuatro de la tarde, y el calor era insoportable. Ignacio llevaba ya seis solitarios seguidos, sin conseguir nada, pero la muy pesada baraja insistía en repetir una y otra vez las mismas cartas.
Una reina. Con el rey. Ah, no, dice la baraja; el rey y la reina son del mismo color. Caray. Pues se pone el cinco rojo con el seis este, que es negro, y ya está. Bueno, contesta la baraja, pues vale. Se le da la vuelta a la carta y... ¡no! ¡Otro cinco rojo! Ja, ja, ja, restallan las carcajadas de la baraja en la imaginación de Ignacio. ¡Maldita!, grita este, ¡podrías haberme avisado! No, no, dice la baraja; si te aviso, sería trampa.
¿Ah, sí? dice Ignacio malhumorado. Baraja las cartas. Uno, dos, tres, cuatro, reparte; y así hasta que las diez filas están preparadas de nuevo. El séptimo solitario. Ignacio estaba harto; pero esto no le importaba a la baraja, que cruelmente, como solo saben ser las barajas en las tardes aburridas y calurosas, había puesto sólo cartas rojas para empezar.
¡Racista!, la insulta Ignacio. ¡Más que racista!, repite. La baraja ríe. Ignacio coloca más cartas. Negro panorama. ¿Qué, te va bien? le pica la baraja. Ignacio la ignora y casa una reina con un rey. Estás invitado a la boda, dice la baraja. Le da la vuelta a la siguiente carta. Un dos de corazones. Y todavía no tiene ases. Ignacio mira furioso a la baraja, y ya va a desistir y a reconocer que no es su día, cuando se le ocurre una idea. Coge unas cuantas cartas de lo alto de la fila, y las coloca donde le conviene... ¡No! grita la baraja, ¡pero qué haces! Ignacio sonríe maliciosamente. Unos minutos después, el último rey cae sobre uno de los montoncitos que se han formado encima de los ases.
Ignacio ha ganado. Tramposo, le acusa la baraja derrotada. Tramposo. ¡Ja! ríe Ignacio. Jugabas con ventaja, la acusa. Tramposo, vuelve a repetir la baraja, mosqueada, mientras Ignacio la guarda dentro de su envoltorio.
Ignacio puso los pies sobre la mesa y encendió el televisor.